A pesar de ser la primera, ella siempre fue ‘la otra’. A veces pasa. Casi siempre pasa. Es un efecto rebote con tufo sexista que rara vez se aplica a los hombres, ese tufo que acaba cuestionando la promiscuidad marital de ellas, pero jamás la de ellos. Nadie diría de Isabel Preysler que los maridos que tuvo después de Julio Iglesias (un exministro de la izquierda exquisita, un aristócrata y un premio Nobel) fueron ‘el otro’. Primero, porque no mediaron infidelidades; y, segundo, porque a nadie se le ocurriría otorgar a alguno de los tres citados -todos en la cúspide del triunfo social- el papel de segundón. Y, sin embargo, Camila de Inglaterra (o de Reino Unido, por ser exactos), siempre fue la segunda cuando en realidad era la primera, porque a su marido, el rey Carlos III, le impusieron como esposa a la que era otra respecto de la primera, que en realidad no era ni la primera ni la otra. Un lío tremendo. Ocurre a menudo en las casas reales, que acostumbran a arrumbar a las amantes en los sótanos del 'ahítepudras', vilipendiadas, señaladas, desterradas en un cruel ostracismo. Basta imaginar a Bárbara Rey o a Corinna como reinas eméritas.
Limón y vinagre | Artículo de Jorge Fauró Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
Dios salve a Camila
A pesar de ser la primera, siempre fue ‘la otra’. Su formidable campaña de imagen y el reconocimiento de Isabel II han logrado su aceptación por más de la mitad de los británicos, que no olvidan a Diana
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