¿Es verosímil ese dicho según el cual todos los dueños se parecen a sus perros, y viceversa? Me gusta pensar que sí. Durante años viví en un barrio con mucha gente mayor, en Barcelona, y algunos perros que veía en la calle o en los parques tenían un aire tristón. Sus dueños encontraban en el perro una buena compañía; envejecían juntos y era como si poco a poco el chucho adoptara los ritmos de su dueño. Caminaban despacio, parecían cortos de vista y movían la cola sin ganas. Solo cuando se les acercaba un cachorro juguetón recuperaban la alegría, unos instantes hasta que el dueño les gritaba: “Toby, ¡ven aquí!”. O Treski, o Tuca. Una amiga, al pasear por el barrio, decía que Barcelona era la ciudad de los perros tristes.
Artículo de Jordi Puntí Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
La ciudad y los perros
Muere Willow, el último corgi de Isabel II_MEDIA_1 /
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