Hace unos años entraba acelerada en un bar de Plentzia corriendo detrás de mi hijo que necesitaba un baño cuando me topé con una cara conocida. «Apa, qué tal, cómo estás, ¿todo bien?, me voy pitando que este no se aguanta…», solté de carrerilla. La cara conocida puso tal gesto de perplejidad que cuando pude procesarlo me volví para identificar a Ana Blanco, que se tomaba un vino con amigos. «Jo, perdona, pensaba que te conocía. Y te conozco, pero tú a mí no… No te interrumpo más», expliqué atropellada. «Tranquila», me dijo ella con la sonrisa de circunstancias de «hemos tenido un problema con esta conexión, trataremos de recuperarla enseguida» y siguió a la suyo.
El desliz Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
Ana Blanco en el comedor
Ana Blanco
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