Artículo de Joaquim Coll

Verano del 22

Vivimos el estío más largo, caluroso y seco desde que se tienen registros. Y lo peor es que podría ser uno de los más frescos de las próximas décadas

La iglesia del pantano de Sau emerge debido al bajísimo nivel del agua. / REUTERS/Albert Gea

Este no es un verano como cualquier otro, con sus días de canícula y aguaceros. Este verano, que en realidad empezó a principios de mayo con unas olas de calor intenso que se han ido sucediendo hasta hoy, pasará a la memoria colectiva como el verano del cambio climático. O por lo menos, como el verano en el que gran parte del planeta tomó plena conciencia de ello. En el futuro marcaremos este año como un punto de inflexión en la historia del Antropoceno. Este término lo popularizó el nobel de Química Paul Crutzen para designar una nueva época geológica marcada por las repercusiones en el clima y en la biodiversidad de la acumulación de gases de efecto invernadero y del consumo excesivo de los recursos naturales por parte de la humanidad. La sequía que afecta este verano a los ríos y embalses en el hemisferio norte ha dejado al descubierto restos megalíticos, campamentos romanos, o barcos hundidos. En EEUU no han aparecido restos arqueológicos, pero sí una colección de cadáveres en un lago cerca de Las Vegas, cuyas muertes se atribuyen a la acción de la mafia de los años 70. Y mientras unos mundos olvidados o sumergidos regresan de forma espectral, el Antropoceno va a llevarse por delante la civilización tal como la conocemos.