Rick Moody es, probablemente, el menos conocido de los autores de la llamada 'next generation', aquella que formaron sin llegar a formar –al final, toda generación es un intento forzado de etiquetaje y simplificación que poco tiene que ver con la realidad– David Foster Wallace, Chuck Palahniuk, Jonathan Franzen, Michael Chabon y, por qué no, Helen DeWitt, entre otros. Trabajó en algún oscuro despacho de la mítica Farrar, Straus and Giroux –el sello de J. D. Salinger, Flannery O’Connor y Jack Kerouac– antes de publicar su primera novela, y justo después de salir de una clínica de desintoxicación. Acabó su tesis alcoholizado. Corría el año 1992, Moody tenía 31 años, y tan solo dos años después iba a hacerse mundialmente famoso y a ser más o menos olvidado.
QUEMAR DESPUÉS DE LEER
El día en que un club de lectura decida el Booker
Seis clubs de lectura leerán este año los finalistas al prestigioso galardón a la vez que el jurado, en lo que parece un intento desesperado del sistema editorial por descubrir cómo de lejos está del lector real
Laura Fernández ilustración /
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