Artículo de Jordi Puntí Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos

La piscina de ‘Alcarràs’

Desde hace años ha crecido el atractivo del entorno no urbano como materia narrativa

La familia Solé, reunida a la mesa en una escena de ’Alcarràs’. / Avalon

Estos días de calor bochorno pienso en la piscina de Alcarràs. De la película ‘Alcarràs’, quiero decir. Han pasado unos meses desde que la vi, pero a ratos me retornan escenas que reflejaban la mirada delicada y al mismo tiempo áspera de su directora, Carla Simón. Pienso en la piscina de la familia Solé, junto a la masía y los campos: al principio la vemos vacía, abandonada al frío del invierno, y hacia el final vuelve a aparecer, cuando la desdicha de los melocotoneros ya no tiene marcha atrás. A pesar de la rabia de Quimet y su familia, los vemos bañarse y jugar en el agua, como si esos metros cúbicos de frescor fueran un espacio libre de problemas, o una válvula de escape. Este contraste entre la vitalidad familiar y cotidiana, por un lado, y la esclavitud del trabajo campesino para quien está a la intemperie en un mundo que acaba es uno de los tesoros de la película.

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