La caída de Boris Johnson carece de la grandeza dramática de un personaje shakespeariano y tiene, en cambio, bastantes rasgos de una previsible comedia de enredo o sainete, o de ambas cosas al mismo tiempo. El final de la carrera política del primer ministro del Reino Unido guarda algunas enseñanza acerca de cuáles son los riesgos que corre un gobernante cuando se cree con poder y atributos suficientes para desafiar todas las convenciones todos los días. Decir que “Boris Johnson solo ha sido Boris Johnson” desde el principio, como ha escrito un analista en The New York Times, es hilar fino aunque aparentemente la frase no es más que un juego de palabras. Pero no lo es: el premier llegó al 10 de Downing Street con un equipaje de mentiras, extravagancias y gusto por el histrionismo que a nadie puede sorprender. Su papel en el partygate, su desprecio por las normas más elementales de prudencia al apoyar a un más que presunto acosador sexual, su populismo desmesurado al promover el Brexit, primero, y violentar la aplicación de lo acordado con la UE para Irlanda del Norte, después, aportan indicios esclarecedores del estilo johnsoniano.
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Boris Johnson alarga la crisis
Boris Johnson, primer ministro del Reino Unido, regresa al número 10 de Downing Street después de pronunciar un discurso de renuncia en Londres, Reino Unido. /
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