Boris Johnson es desde hace meses la encarnación británica del pato cojo ('lame duck'), apelativo que se aplica en Estados Unidos al presidente en los dos últimos años de su segundo mandato, cuando incluso los suyos lo consideran una figura política amortizada porque no puede presentarse a la reelección. Como el interesado ha dicho al dar curso a su dimisión como líder del Partido Conservador, “nadie es indispensable en la vida política”, pero ha sido preciso que una cincuentena de miembros del Gabinete y adláteres pusieran los pies en polvorosa para que llegara a esta vieja conclusión. Podía haber adelantado la despedida mucho antes de haber prestado atención a la historia, a los finales de carrera de Margaret Thatcher y Theresa May, que a pesar de superar en su día sendas mociones de confianza de su partido, como es el caso de Johnson, vieron tan erosionada su capacidad para controlar el desarrollo de los acontecimientos que acabaron dimitiendo.
Artículo de Albert Garrido Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
Boris Johnson, pato cojo
Se ha afanado en cultivar una imagen, mezcla de extravagancia y afición al 'coup de théâtre', desde la campaña del referéndum del Brexit, y mucho más a partir de la victoria electoral por mayoría absoluta de 2019
Boris Johnson. /
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