Siempre me ha fascinado la capacidad de algunos animales para olfatear los desastres naturales. Es verdad que no siempre les sirve para esquivar la muerte, como hemos comprobado en el pavoroso incendio de Zamora; pero insisto: me asombra que esos animales, a los que tan superiores nos sentimos, sean capaces de detectar el peligro antes que nosotros. Quizá por eso he llegado a la conclusión de que los humanos, a medida que cumplimos años, igual desarrollamos alguno de esos poderes sobrenaturales que atesoran gatos, perros o elefantes. Yo, al menos, hace tiempo que noto en el aire vibraciones desconocidas. Inexplicables. Tan pronto está el personal acongojado por el puñetero virus como se produce un destape general de mascarillas; y el bicho se pone las botas, claro. Que la luz o los carburantes hayan escalado a precios estratosféricos o que las sandías amaguen con ser artículo de lujo, no impide que gran parte del personal se disponga a lanzar este verano la casa por la ventana. Lo que pasa es que ese desenfreno consumista-comprensible de algunos, contrasta con el cabreo y la frustración de otros muchos que no tienen nada para echar por esa ventana, como no sean sus ilusiones.
Artículo de Carles Francino Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
Un mundo de animaladas
Hace tiempo que noto en el aire vibraciones desconocidas, inexplicables
Varias personas tendidas en el suelo tras intentar saltar la valla de Melilla. /
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