Costó recuperarse de la marcha de Ladislao Kubala, por ejemplo. Crecimos con él en el fútbol y, como tantos otros a los que nos rompió el corazón su marcha, nos dolió no sólo aquel desdén con el que ya se le tachó de las alineaciones, sino que también nos dolieron los destinos a los que acudió el ídolo de nuestra infancia como si no hubiera para él otro amparo que la declinación de los adioses. Luego lo acogió la selección nacional y volvimos a verlo como si estuviera de reestreno en nuestros corazones azulgranas. Lo mismo pasó entonces, con niveles distintos de sentimientos, con las sucesivas despedidas que han sido como heridas del tiempo y que se habrán producido igual en otros de los clubes que no sólo hacen aficionados sino, además, monstruos de fidelidad, como este cronista que se pasó días llorando porque su equipo había padecido una horrible derrota en Berna.
GOLPE FRANCO
El fútbol y las heridas del tiempo
Los que somos de la generación de Kubala nos aprendíamos de memoria las alineaciones porque duraban como las fidelidades mutuas. Ahora cuesta mucho ser inolvidable.
Frenkie de Jong y Dembélé festejan uno de los goles del Barça al Celta en el Camp Nou. /
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