Puede que la imagen más icónica de la final perdida en Turín sea la de Aitana Bonmatí al recibir la medalla de plata, que no sé si es de plata, pero que, básicamente, certifica una derrota. Todos tenemos en la mente el menosprecio de muchos jugadores al tener que conformarse con el paripé de los perdedores, una procesión triste que quieres que acabe cuanto antes. Lo primero que hacen, la mayoría, es quitarse de encima el latón, el escapulario laico que les identifica como aquellos que no pudieron ganar la copa. Hay un deje de rabia y de impotencia, incluso de franca rebeldía contra el destino. Se la quitan enseguida y no hay nadie que vaya a fotografiarse con la medalla del segundo. Aitana Bonmatí, al recibirla de manos de Aleksander Čeferin, hizo lo contrario. Miro a la cámara, exhibió el trofeo con una tímida, apagada sonrisa y blandió la medalla con orgullo. Con orgullo y tristeza, claro, pero sobre todo con la convicción de estar (casi) en lo más alto. Esa fue la lección primera, la más importante, de una final que ya se daba por ganada antes de jugarla.
Apunte Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
Conjugar el verbo perder
Aitana Bonmatí aplaude a la afición tras perder la final de la Champions /
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