Se ha muerto Domingo Villar y he empezado a conocerle de verdad a partir de las crónicas que han descrito esta semana la conmoción por su muerte repentina y su trayectoria literaria y, sobre todo, su actitud ante la vida, que es algo de lo que hablan poco las crónicas, como si fuera un rasgo accesorio y sin importancia. A la gente se la debería recordar por lo que hizo o por lo que dejó de hacer, pero, más que por cualquier otra circunstancia, por la forma que tuvo de enfrentarse a su destino: deberían contar que tal o cual persona fue valiente o cobarde o tímida o audaz o fue un poco de cada condición sin llegar a ser ninguna del todo. En realidad, al escritor Domingo Villar lo conocí en Vigo una noche de hace unos meses en la que compartimos una cena que resultó agradable y divertida y en la que, en efecto, se le ajustaban los adjetivos que le han dedicado ahora, cuando ha muerto. Poseía una virtud en desuso: sentía curiosidad por lo que le explicaban los demás.
Artículo de José Luis Sastre Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
Un limonero (en la muerte de Domingo Villar)
Villar me ha hecho pensar en la buena gente y en las pequeñas cosas; me ha recordado dónde debería tener puestas las atenciones
El escritor gallego Domingo Villar. /
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