Artículo de Olga Merino Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos

A vueltas con la regla

El asunto de las bajas no es lo más importante de una ley en la que se han embutido demasiados aspectos

Mujer con dolor menstrual. / Jonathan Borba |Unsplash

La menstruación precedió al lenguaje. Aseguran los antropólogos que en todas las culturas de cazadores–recolectores existían ciertas prohibiciones ligadas al ciclo femenino; las hembras solo podían utilizar instrumentos que no hiciesen sangrar: garrotes, mazos, redes de caza. Temían, además, que la sangre del menstruo propiciase el ataque de las bestias. Es probable que las primeras homínidas establecieran el sangrado mensual como un tiempo en el cual sus cuerpos no podían ser tocados, en parte también para asegurar un reparto justo de la caza entre el clan al regreso de los machos. Ahí nacieron la infinitud de tabús en torno a la regla, supersticiones, leyendas y creencias brujeriles: «Si en una ampolla de vidrio se mete flujo menstrual y se deja pudrir en el vientre de un caballo, nacerá un basilisco». La sangre del útero seca las plantas, agría el vino joven, mella el filo de las navajas y opaca el brillo del marfil. Los perros enloquecen. Los mitos más recientes: no os lavéis el pelo ni hagáis mayonesa, que se corta.