Me metí en el probador de unos grandes almacenes que resultó hallarse ocupado por un tipo al que le faltaba la nariz. “Perdón”, me excusé, dirigiéndome apresuradamente al probador de al lado, donde intenté, frente al espejo, imaginarme sin ese apéndice. La camisa me estaba bien de talla, pero no me convenció su hechura, de modo que devolví la prenda y desistí de probarme otras porque la visión del hombre sin nariz me había perturbado. De vuelta a casa, en el autobús, me llevaba la mano todo el rato a ella, a la nariz, para comprobar que seguía allí. En esto, se acercó a saludarme un antiguo compañero de estudios al que le faltaba un brazo. Ya le faltaba cuando coincidimos en el bachillerato, pero entonces era el izquierdo y ahora el derecho. No puede ser, me dije, los brazos no pueden faltar de forma alternativa, hoy uno, mañana el otro. Mientras hablábamos hice memoria y lo recordé escribiendo sobre el pupitre, siempre con la mano derecha.
El trasluz | Artículo de Juan José Millás Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
Me senté y lloré
Centro comercial.
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