Abro sesión y casi siempre hay un fiambre en mi muro. Más o menos cercano o popular, pero a fin de cuentas conocido. Como se dice, las bombas van cayendo cada vez más cerca. Alguien se encarga de dar la noticia del finado y los comentarios son: "¡no puede ser!", "¡qué pena!", "¡tan joven!", etc. Y acto seguido, quien la tiene, cuelga alguna foto con el amigo que se ha ido. Porque a fin de cuentas aquí se trata de hinchar el ego, salir a escena, eso es Facebook. La trayectoria de esta pionera red social fue comenzar como un libro de exhibición de fotos, localizador de antiguos novios/novias, recordatorio infalible de cumpleaños y ahora convertirse en la sección de obituarios para el lamento. Ríete de la sección de esquelas de 'La Vanguardia' o el 'ABC'. Pero la propia red no anda muy bien de salud. Es verdad que de momento está muy viva, tiene 2.910 millones de usuarios. De los que tres cuartas partes inician sesión cada santo día. Clican un “me gusta” cada dos días de promedio, en los cerca de 40 minutos que suelen dedicarle. Pero aun y así está envejeciendo a pasos acelerados. Tanto es así que hasta ha cambiado de nombre, pasando a llamarse Meta, un suicidio para una compañía consolidada, si todo anda bien.