Una hora antes del partido vimos por la tele a Pep Guardiola sentado en el banquillo en modo expansivo, sumamente locuaz, activo y alegremente gesticulante. Se suponía que debía estar tan nervioso como el barcelonismo, que ayer era un manojo de nervios, o debía estar a cubierto, abrumado por la inquina promovida por el espacio mediático madrileño. Y, en cambio, ahí estaba, distendido, relajado, de sanedrín. Ya no volvería a sentir esa paz. En cuanto empezó a rodar el balón, la locura del juego desató las palpitaciones. Ni Guardiola ni nadie respiró tranquilo. Y acabó como siempre. Con el milagro de siempre. Con lo insondable de siempre. Que lo explique quien pueda.
APUNTE
Análisis del Madrid-City: Contra lo esotérico no se puede
Rodrygo, cabecea el balón ante el defensor del Manchester City para conseguir el segundo gol del equipo madridista durante el encuentro correspondiente a la vuelta de las semifinales de la Liga de Campeones que disputan hoy miércoles en el estadio Santiago Bernabéu, en Madrid. /
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