En Barcelona hay varios cada mes, y algunos tienen cola a la puerta en cada una de sus ediciones. Los mercadillos de ropa de segunda mano llenan espacios antaño industriales, y revolver en ellos es una práctica a la que se han abonado muchos ciudadanos. Entre estos nos contamos mi hermana y yo, que hace ya varios años que los frecuentamos. Sí, quizás lo hagamos cargadas de razones, a sabiendas de que en Atacama el desierto se está convirtiendo en un inmenso vertedero de las devoluciones compradas fallidamente en internet, de que la industria de la moda es la segunda más contaminante del mundo, o de que Amancio Ortega ganó 859 millones de euros como dividendos del Ibex el pasado lunes, pero para qué mentir: lo hacemos porque nos divierte, porque nos encanta desenterrar reliquias como unas Indiana Jones del textil, y aún más 'épater le bourgeois', confesando que esa prenda que alguien nos alaba en una boda, de bella factura y quizás incluso reconocida marca, nos ha costado solo un mísero eurito. Porque igual sí, lo hacemos desde el privilegio de podernos permitir comprar ropa nueva en tiendas normales, y lo seguimos haciendo cuando es necesario. Pero una vez asumes que no hay mayor obsolescencia planificada que la de la 'fast fashion', y decides dejarte llevar por el bello azar del hallazgo inesperado, difícilmente vuelves atrás.
Artículo de Mar Calpena Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
La segunda mano sale del armario
La moda de segunda mano vive un auge en todo el mundo, al abrigo de la proliferación de plataformas digitales que propician el intercambio y la compraventa de prendas entre particulares
Mercadillo de ropa de segunda mano.
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