Hubo un momento, mediada la primera parte, en que me informaron que el Barça y los de los jamones, chorizos y demás embutidos, los del Pozo, vaya, estaban en los penaltis de la final de copa de fútbol sala. Pensé: total, vete a ver cómo van, porque en el Camp Nou también juegan a lo mismo, porque el match entre Sevilla y Barça se iba pareciendo peligrosamente a un partido de pista de polideportivo, como mínimo por lo difícil que era meter la pelota en el interior de la portería sevillista. Parecía como si hubiera empequeñecido y además estaba Bono, que cuando jugaba en el Girona era un sufrimiento y que en la “nit freda per ser abril” (como cantan los Manel) se encargaba de frustrar las expectativas azulgranas. Se hartaba Dembélé de darle a la banda y de correr como gacela perseguida, pero no chutaba o centraba fatal, demonios, con lo fácil que hubiera sido, en una de sus cabalgatas, meter la puntera y empezar a solucionar el encuentro.
APUNTE
La rotundidad de lo obvio
Busquets y Rakitic pelean un balón desde el suelo /
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