Cuentan los viajeros franceses del siglo XVIII que Barcelona era una ciudad verde y blanca. El verde de los pastos y el blanco de las coladas tendidas al sol por las ‘bugaderes’, desde Montcada hasta el Portal Nou. Entraban por el Besòs, junto al Rec Comtal, siguiendo el camino de Aníbal, que lleva desde Cádiz a Narbona por Ribes de Freser. La vía romana ha resistido, tozuda, a los embates de la urbanización moderna y puede recorrerse, todavía hoy, desde levante hasta poniente. Es la calle de los mil nombres: Gran de Sant Andreu, Gran de la Sagrera, Carretera del Clot, de Ribes, Carders, Corders, La Llana, La Bòria y el Cardus de Llibreteria hasta la plaza de Sant Jaume. Desde allí sigue alternando topónimos hacia L'Hospitalet y por el Llobregat arriba. Atraviesa la ciudad con trazado tembloroso, las pendientes suaves del transporte a sangre y la anchura justa para un carro de ida y vuelta. Una vía compacta, mineral, intensa y cuajada de pequeño comercio.
Artículo de Alejandro Giménez Imirizaldu Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
Una Barcelona más verde
La conexión del tranvía por la Diagonal será más eficiente, sostenible y capaz que ningún autobús y no, no se convertirá en una barrera infranqueable
Imagen virtual del tranvía llegando al paseo de Gràcia /
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