Guerra de Ucrania Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos

Euforia belicista, borreguismo cultural

Las bombas de Putin son horripilantes, pero pensar que se combaten con supremacismo cultural es la última idiotez de las muchas que vivimos estos días. Denunciar las atrocidades de un gobernante debe ser compatible con alertar de nuestras propias imbecilidades

Anna Netrebko, en el Liceu, en un recital el pasado 27 de enero del 2021.

Malos tiempos para los que dudan. En plena euforia belicista, las voces que se atreven simplemente a debatir sobre el envío de armas a Ucrania son aplastadas por la corriente dominante y políticamente muy correcta, la que ahora ha abrazado la Verdad de que no hay alternativa a enviar misiles, metralletas y lanzagranadas. Los pros y contras de una decisión tan compleja y controvertida merecerían una reflexión profunda, en lugar de eslóganes baratos, como el que hacía el domingo Pedro Sánchez, que se autoproclamaba estar "en el lado correcto de la Historia". El horror provocado por el ejército ruso nos lleva a un dilema terrible y es comprensible que, de buena fe, hay quien llegue a la conclusión que enviar armas sea la opción menos mala. Pero lo que es sospechoso es que el rebaño mayoritario descalifique con esta alegría a los que piensan que enviar armamento solo puede empeorar el conflicto y a los que que simplemente se proclaman pacifistas. De repente, un ejército de estadistas mediáticos descalifica sistemáticamente a los que no congregan con esta pasión bélica, y acusan a los que gritan "No a la Guerra" de ser colaboracionistas de Putin. Esta euforia belicista explica muy bien el clima de borreguismo cultural en el que han entrado una lista larga de instituciones y gobiernos en toda Europa. Porque hay un cierto consenso en que las sanciones económicas pueden ser a medio plazo efectivas si se aplican con contundencia, aunque de momento los oligarcas campan a sus anchas por la City de Londres y exhiben sus yates en el puerto de Barcelona, sin que las administraciones se atrevan a intervenir. Pero una cosa es ahogar al círculo de millonarios íntimos de Putin y otra muy diferente es empezar una cruzada contra cualquier expresión de origen ruso.