Estos días pienso en mis maestras. En los poemas de Emily Dickinson, bellos y verdaderos y transparentes. En las Brontë, riendo mientras las tres (y su hermano) crean un mundo de cero en el comedor frío de Haworth y rellenan páginas y páginas con una letra pequeña como el rastro de un ciempiés. En Sylvia Plathy en sus poesías, tan crudas que son como comerse el corazón de un animal sagrado. En las mantis de Annie Dillard, guardianas de textos tan cercanos y lejanos como mirar una gota de agua en el microscopio. En Virginia Woolf, que escribía de pie, porque escribir no tiene que ser una tarea fácil. En la falsa delicadeza de Mercè Rodoreda, que esconde salamandras entre las flores. En los treinta y dos cuentos crueles, pero tan extrañamente emocionales, de Flannery O'Connor (y de Víctor Català, que podría ser prima suya).
Referentes femeninos Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
Maestras
Tantos profesoras en las que reflejarse y buscar, muchas veces inútilmente, la mejor versión de una misma
Virginia Woolf y Pinka. /
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