Durante años hemos asistido, e incluso participado, a un proceso que vació las palabras de significados hasta dejarlas en su envoltorio, como si fueran productos que podían usarse a la manera en que los lucen en los escaparates de las tiendas: para que llamen más la atención, entre colores vistosos. Y daba igual, o eso parecía, que dijeras nazi que fascista que democracia que libertad porque, a la fuerza, acababas por mentar el aire: si todo era fascismo, nada lo era en realidad. En algún momento, y por algún afán, a las palabras las volvimos livianas y los que presumen de que hacen las campañas y los discursos, fueran políticos o no, las iban esparciendo a su antojo porque ya no decían ni pesaban nada. Ese nihilismo silencioso de los sustantivos resultaba un riesgo del que fuimos cómplices, porque perderle el respeto a las palabras era el primer paso para perdérselo a aquello que nombraban.
Guerra en Ucrania Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
El sitio de las palabras
Es ahora cuando la libertad recupera su valor, que no hace falta buscar siquiera entre académicos porque es uno de los conceptos cuya magnitud aparece sola
Soldados ucranianos.
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