Stephen King ha ido a un podcast. Y es maravilloso. Es indiscutible que, a día de hoy, parte importante de la conversación sobre cultura está en los podcast. Alternativa perfecta a la entrevista promocional breve y la opinión exprés, el podcast se ha convertido en el espacio ideal para hablar de, por ejemplo, películas y libros. Los hay buenos, menos buenos y malos. Los hay profesionales (entendiendo por profesionales los que están producidos con más recursos) y 'amateurs'. Y los hay populares y desconocidos, sin que sea necesariamente la calidad lo que determine una cosa u otra. Hay cineastas que apenas dan entrevistas y, en cambio, se sientan a hablar en un podcast dos horas. Y hay críticos e informadores, yo entre ellos, que se han reconciliado con su profesión gracias a esos espacios abiertos a la conversación y la discusión. Como hay muchos y cada vez cuentan más, pasan dos cosas. Una, que hay cierto cachondeo en torno al exceso de propuestas. Otra, que empiezan las discusiones sobre lo que es un podcast y lo que no. Las dos cosas encierran, al final, unas ganas absurdas de boicotear un medio con un potencial infinito.