Mi padre tiene 87 años y un Nokia de los 90. Lleva toda la vida reutilizándolo todo y sustituyendo solo lo que se rompe, y no ve ninguna necesidad de tener un teléfono inteligente. Su banco es uno de los que ha acaba de presentar beneficios récord pero él no se entiende con los cajeros, y reniega de la cita previa. La generación que cambió libros y vajillas por depósitos y creyó que esa gente tan bien vestida velaba por su dinero, ha dejado de confiar en ellos. Primero aprovecharon su confianza para estafarles con las preferentes, y ahora les hacen imposible el acceso a su propio dinero.