Asco. Profunda náusea. Un temblor de hielo que alcanza lo más íntimo, los pivotes que apuntalan el ser, la conciencia de saberse humano. Sensaciones inevitables que desencadena la sola idea de la pederastia. Cada vez que aflora un caso, en un goteo lento pero incesante, no puedo evitar acordarme de la novela ‘Del color de la leche’ (Sexto Piso / Angle), de la escritora británica Nell Leyshon, donde se narra la historia de Mary, una niña de 14 años obligada a abandonar la granja familiar para entrar a servir en casa del vicario, quien todas las noches se desliza bajo las mantas de su cama y la viola. Imposible olvidar la novela y su final catártico, que no desvelaremos por respeto a los lectores que aún la aguardan. Aunque ambientado en la Inglaterra rural del siglo XIX, el relato no puede ser más contemporáneo en sus resonancias, sobre todo por el valor insustituible de la palabra para exorcizar el dolor, para cauterizar heridas. Los niños no se tocan. Los niños son sagrados.
Pederastia en la Iglesia católica Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
Por fin algo se mueve
La institución debería encabezar el ‘manos limpias’ por lo que representa: la piedad, el amor al más débil
Concentración en Premià de apoyo a las víctimas de abusos sexuales en el colegio de La Salle. /
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