Hace unos meses se hizo viral un vídeo que contaba cómo funcionan los supermercados fantasma. Muchos descubrimos entonces que estos establecimientos, más discretos que un burdel, existen en Barcelona y quizás incluso en los bajos del edificio en el que vives. El reportaje mostraba las prisas de unos trabajadores que completaban un pedido en dos minutos para que después un repartidor lo entregara al cliente antes de diez minutos. La encargada elogiaba el trabajo en equipo y dejaba una frase para la historia de la explotación laboral: “Puede ser estrés… o puede ser adrenalina positiva”. Desde entonces, al salir a pasear por la ciudad, veo a menudo a los motoristas con los colores llamativos de los supermercados fantasma, siempre acelerando para no llegar tarde, e inevitablemente me pregunto quién será el imbécil que quiere que le traigan la compra a casa en sólo diez minutos.
Comida rápida Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
Menos cocina, más plástico
La pandemia y el confinamiento nos han malacostumbrado a comprarlo todo por Internet, un modelo que perjudica al comercio de barrio y se apoya en unos trabajadores con sueldos precarios
Clientes en un supermercado en Barcelona. /
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