De todos los géneros de ficción que consumimos normalmente, el que más me ha llamado la atención siempre ha sido la fantasía. Me fascina ver hasta dónde podemos llevar el contrato de ficcionalidad, hasta dónde nos comprometemos a darle una oportunidad a la inverosimilitud por el afán de escuchar una buena historia, bien contada. Pero todo tiene un precio, y con el paso de los años llega el peso inescapable de un raciocinio que parece incrustado en todo cuanto hacemos, aunque no queramos, y a algunos les cuesta alzar el vuelo en busca de dragones. Pero, a medio camino entre lo lógico y lo mágico, queda un mundo de fantasía argumentada que llamamos ciencia ficción, haciendo posible lo improbable mediante el uso de herramientas que reconocemos como parte de nuestro mundo.