Líderes Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos

Después de Cuixart, catarsis o colapso

El mérito de Jordi Cuixart es haberle explicado a una parte del independentismo que 2017 se ha terminado y que ya no volverá. Y si se aparta un referente que se ha pasado en prisión la friolera de 1348 días, nadie puede quedar a salvo de la renovación

Jordi cuixart

Tuve la oportunidad de ver en directo como Jordi Cuixart le adelantaba a Jordi Basté su renuncia oficial a la presidencia de Òmnium. Nos pilló a todos por sorpresa, pero por su cara serena y sonriente se notaba que era una decisión largamente meditada. En el ambiente se olía que había sucedido algo trascendente, porque Cuixart no se va ni por comodidad ni por hartazgo ni siquiera por razones personales. El todavía presidente de Òmnium da un paso al lado "para que algo se mueva", como confesó en una posterior charla informal. Es decir, se trata de una inmolación en toda regla para intentar insuflar energía a un movimiento que ha perdido una gran parte de su capacidad de movilización. En su adiós, Cuixart llegó a repetir hasta una docena de veces que "hacen falta nuevos liderazgos", consciente de que su decisión es sin duda consecuencia directa de la guerra civil cruenta que devora al independentismo desde hace años, y también de la huida hacia adelante de un sector radical que, sin decirnos cómo, todavía sueña con una vía unilateral imposible e irrealizable. El choque entre el posibilismo y el rupturismo es hoy irreconciliable, por mucho que mantengan la ficción de un Gobierno en común. La aparición de la mesa de diálogo en el lejano horizonte de febrero ha despertado otra vez las viejas rencillas, tan previsibles como aburridas, que solo sirven para darle la razón a Jordi Cuixart, que dio en el clavo cuando el pasado viernes dijo que "es imposible abordar la realidad del 2022 con las gafas de 2017".