Mucho más que una cuestión de nombres, un asunto de sentimientos a flor de piel. Empecemos por Mallorca. Corrían tiempos de Transición en los que los aspirantes a políticos democráticos, aún tímidos, cedían la voz a quienes se habían ganado el prestigio a pulso desde las trincheras o las plataformas de la cultura. A finales de 1977, el bondadoso patriarca local de las letras Josep Maria Llompart leyó un discurso con ocasión de la mayor manifestación que jamás se haya visto en la isla en reivindicación de la autonomía. Como estaba ahí, puedo reportar lo que me quedó de alboroto cuando la multitud interrumpió al ilustre orador que reivindicaba la lengua catalana con gritos unánimes de “mallorquí, mallorquí, mallorquí”. Llompart, muy alterado, fuera de sí, replicaba con un fusteriano, "català, català, català". Como si una cosa negara la otra.
El catalán más allá de Catalunya Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
El error de Joan Fuster
Es apropiado recordar en su centenario que las emociones no siempre ni a tanta velocidad se doblegan frente a las razones
Joan Fuster, a la izquierda, junto con su amigo Josep Pla, en Sueca, en noviembre de 1964. /
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