APUNTE

Mientras tanto, la decepción y la fragilidad

Xavi. / EFE / MIGUEL ÁNGEL MOLINA

La entrada de Álvaro Sanz en el minuto 82 en sustitución de Dembélé puede ser leída como un error estratégico, como una necesidad táctica o como una declaración de intenciones. Es evidente que Xavi sabía que una hipotética expulsión de un jugador con ficha del primer equipo en ese cuarto de hora que faltaba para que acabara el partido era una sentencia de muerte en Granada. Queda descartada, pues, la opción del despiste. Había que reforzar el medio campo, evitar un nuevo episodio de defensa numantina, que, tal y como está el Barça, es numantina, sí (por el coraje y la determinación de los sitiados), pero tiene poco de defensa (por los errores y la falta de contundencia). Y seguramente convenía arriesgarse, que es lo que está pasando desde que el de Terrassa está en el banquillo. Tienes la percepción de que, si fuera por él, que no entiende las disposiciones administrativas de tener que jugar con siete titulares, acabaría con un equipo de muchachos. A pesar de la inexperiencia, a pesar de los debuts apresurados. Por eso podemos entender la entrada de Sanz como una declaración de intenciones, como un manual de comportamiento.