No sé qué me pasa, pero añoro las rebajas. Quiero decir, las rebajas de antes, esas que abrían los informativos con la imagen, repetida año tras año, de la cola de señoras entrando en estampida en unos grandes almacenes para hacerse con las mejores ofertas. La de esas mismas señoras metiéndole mano a una montaña de jerséis a un precio imbatible. Porque las rebajas tenían sus rituales, pero también sus mitos: el más importante era que las ofertas que valían la pena solo se conseguían la primera semana. Así que había que ir pronto, pisándole los talones a las señoras en estampida. Entre los rituales ineludibles estaba también el de presumir de lo comprado en las rebajas. Auténticas gangas, claro, que generaban envidias profundas y enormes desconsuelos. Perdida la oportunidad, había que esperar mucho para que volviera a darse otra. En eso también consistían las rebajas: en seguir el exacto calendario en que se producían, dos veces al año, y pasar el resto del tiempo esperando a que llegaran.
Consumismo Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
Rebajas perpetuas
Todo pretende hacernos creer que tenemos más razones que nunca para consumir como locos, cuando en realidad es todo lo contrario
Inicio de las rebajas de 2022 /
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