Saco de la estantería el primer volumen de los ‘Relatos de Kolimá’ y lo coloco sobre la mesa para escribir estas líneas, para recordar. Varlam Shalámov, el autor, compiló en esas páginas una de las narraciones más estremecedoras de la experiencia en el gulag, los campos de trabajos forzados del estalinismo. Lo hojeo, y el azar elige detenerse en el relato de dos presos que abandonan el barracón con sumo sigilo, calzados con sus chanclos de goma, con el propósito de exhumar a otro colega muerto esa misma mañana, un tipo grandullón al que resultó imposible, por sus hechuras, arrastrarlo desde la mina para sepultarlo en condiciones; lo dejaron en el mismo sitio donde se desplomó, en una zanja, cubierta con pedruscos. Los dos furtivos trabajan en silencio. Desnudan al muerto bajo la luna naranja en la noche azul de la taiga. Cuando terminan vuelven a colocar el cadáver en la fosa y la llenan de piedras. Al fin, sonríen: «Mañana venderían la ropa, la cambiarían por pan y, quién sabe, a lo mejor conseguían algo de tabaco…». Unas hebras de ‘majorka’, la picadura atroz que se fumaba en los campos. La memoria del horror.
30 años de la caída de la URSS Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
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Máxima expectación en la puerta de la Corte Suprema rusa tras la prohibición de la oenegé Memorial, en Moscú. /
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