Por lo visto, Catalunya es Mississippi. Y Tennessee. Y Alabama. También, a ratos, es la Alemania de Weimar y el ghetto de Varsovia. En Catalunya afloran las Rosa Park y los Ruby Bridges, y en Catalunya la población entera (la que se siente catalana, la que se siente española y, pobres diablos, los equidistantes) viven como los judíos bajo el yugo nazi. Catalunya, al parecer, es hoy el epicentro del apartheid y de la opresión, un ‘melting pot’ de materia oscura, un crisol de lo peor: Suráfrica, Belfast, Palestina e Israel al mismo tiempo, el franquismo que nunca se fue revivido. Objeto de asombro y estupor mundial, en Catalunya Rosa Parks puede ser negra y blanca al mismo tiempo, hablar castellano y catalán, amar y odiar la ‘ñ’ y la ‘ç’, porque en Catalunya se libra la definitiva batalla entre el bien y el mal, un choque en el que, eso sí, todo el mundo es bueno, moralmente intachable. Desde sus trincheras con alambradas, envueltos en sus banderas, todos afirman luchar contra el fascismo por la libertad, la democracia y los derechos fundamentales. En Catalunya, la ley Godwin, la reductio ad Hitlerum y la banalización de asuntos muy graves (el racismo, la segregación, el nazismo, el Holocausto, la vulneración sistemática de derechos humanos por parte de una maquinaria estatal...) son meros recursos retóricos. En Catalunya somos la hostia. O l'hòstia.
Décima avenida
De qué va (y de qué no) Canet de Mar
¿Se puede ser español hablando en catalán? ¿Se puede ser catalán hablando en español? La polémica lingüística en realidad va de esto
Manifestación por las calles de Canet de Mar por el catalán en la escuela, el pasado 10 de diciembre. /
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