No me enfrentaré a su nombre en las papeletas electorales. Las posibilidades de encontrarme con un votante suyo son ínfimas. No tendré que escuchar sus argumentos en ningún debate que afecte a mi voto. Pero, aún así, me pesa Zemmour. Me pesa ese candidato a la presidencia francesa, más a la derecha de Le Pen. Me pesa su carga dramática, sus dotes comunicativas, su provocación sin ninguna barrera moral. Me pesa su reivindicación del régimen de Vichy, asegurando que salvó a los judíos franceses al deportar, solo, a los judíos extranjeros. ¡Y él es judío! Me pesa su “alejaremos de las aulas de nuestros niños el pedagogismo, las ideologías izquierdistas pro-islam y LGTB”. Me pesa porque, aunque no tendré su papeleta en mis manos, el hálito de su odio, de su desprecio, sí es capaz de atravesar fronteras. El hedor de esos espectros convocados y exhibidos sí envenenan nuestro aire. Y da aliento a la xenofobia, el nacionalismo excluyente y los debates enconados que ya campan a sus anchas sobre la tierra que piso.
Pros y contras Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
Me pesa Zemmour
Éric Zemmour, en una imagen de archivo. /
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