Entierro de Almudena Grandes Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos

Completamente viernes

Cayó sobre el féretro la tierra húmeda, la misma tierra que se traga lo pequeño, lo prescindible, lo mezquino

Entierro de la escritora Almudena Grandes, el pasado 29 de noviembre. / David Castro

De nuevo el cáncer, el ‘putocáncer’, el zarpazo de una vida arrebatada a deshora. Morirse a los 61 no debería figurar en el guion. Esta vez, Almudena Grandes, una más, como tantas otras personas anónimas víctimas del gran martillo de nuestro tiempo. Los telediarios del lunes emitieron una ráfaga del entierro, en el cementerio madrileño con el que la escritora comparte nombre, donde centenares de amigos y lectores la despidieron con un hermoso homenaje, enarbolando novelas suyas como espadas contra el olvido. También ondearon banderas republicanas con la franja morada. El cielo azulísimo, rostros de frío aún llevadero y, en medio del gentío, la silueta de su marido, el poeta granadino Luis García Montero, cabizbajo, metido hacia dentro, en un chaquetón tres cuartos de color gris que no parecía abrigar demasiado contra las intemperies. Me conmovió. Proyectaba una imagen de aturdimiento, de niño perdido sin zapatos en medio de un bosque espeso, desvalido, «como el cuerpo de un hombre derrotado en la nieve, / con ese mismo invierno que hiela las canciones». Imaginé las voces a su alrededor, las condolencias, las frases hechas que decimos cuando no sabemos qué decir, los pésames revoloteando como pájaros alrededor de su cabeza, incapaces de penetrar con el pico en la almendra de la pena. El dolor de la viudez. La ceniza en el pecho.