En 'El nadador en el mar secreto' (traducido en catalán por Yannick Garcia y, en castellano, por Enrique de Hériz; editado por Navona), hay una escena impresionante que es, a la vez, la esencia de esta novela brevísima, escrita de un tirón por una persona – William Kotzwinkle – que acababa de ver cómo su hijo nacía muerto. Recoge el cuerpo inerte del niño, envuelto en unos papeles y una bolsa de basura y, en medio de un país arisco y helado, fabrica un ataúd con sus propias manos donde deposita el cadáver con ternura y serenidad; y lo entierra en un claro del bosque. El relato del parto, del nacimiento trágico y de la solitaria, artesanal ceremonia, es un ejercicio impresionante de contención, alejado del sentimentalismo. “Quise contar lo que había pasado", ha dicho Kotzwinckle, "en una prosa sencilla y clara".
Pros y contras Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
El hombre que nada en un mar secreto
Es el retrato de una desesperación vista desde la atalaya de quien solo tiene las palabras y los silencios para hacerle frente
William Kotzwinkle
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