Había tantas probabilidades de que Pablo Casado acabara en una misa en honor a Franco y a Primo de Rivera como de colarse en un oficio del exobispo de Solsona después de su boda, pero, aun así, entró con la ceremonia ya iniciada, la bandera preconstitucional pendida del primer banco de la catedral de Granada y la alegre muchachada coreando el 'Cara al sol' al acabar el culto. Casado asegura que no lo sabía y le creo. Con la que le tienen montada Ayuso y Cayetana, lo último que necesitaba el presidente del Partido Popular es colarse a propósito en una homilía a mayor gloria del dictador y del fundador de Falange. Los asesores del líder de la oposición merecen un responso, cuando no una penitencia, pero Casado es a la política lo que Peter Sellers a 'El guateque': sabes que en algún momento la va a pifiar (recuérdese su reciente metedura de pata en mitad de un discurso de Aznar, cuando por error bromeó con el origen indígena de México y citó a los incas, que jamás se diseminaron por suelo azteca).
Memoria histórica Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
Ruedas de molino
La Iglesia y las administraciones deben pararse a reflexionar sobre la conveniencia de celebrar la figura de quienes han transgredido los derechos humanos más elementales
Pablo Casado. /
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