Si personas tan inteligentes como Bob Dylan o Emmanuel Carrère lo habían hecho, ¿por qué no podía permitírmelo yo, sobre todo cuando se acercara el último momento antes de mudarme de barrio? Es dificilísimo creerse la ficción cristiana, pero aún es más duro no creérsela. Entonces, mi abuela, con 101 años de vida, creyente no solo de ir a misa sino de limpiar los bancos de la ermita, me dijo, en sus últimas vacaciones conmigo: “Tengo miedo”. Le contesté que llevaba toda la vida preparándose para eso, que al menos ella tenía el consuelo de que el final no era el final tal como la última copa es la penúltima. Que se encontraría con el abuelo en una posvida merecidamente gloriosa, dada la rectitud de su fe en este mundo: “Non che creo nada, ruliño”, me contestó. A renglón seguido, se puso a tararear una canción cubana sobre azúcar y café, seguramente rescatada de un recuerdo de medio siglo atrás.
La creencia religiosa Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
Con fe de Franzen
Perdida la religión para articular el mundo y dar un barniz de sentido a la vida, solo queda el arte para hacerlo
El escritor norteamericano Jonathan Franzen. /
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