Ya hace mucho tiempo que el coche dejó de ser un simple medio de transporte para convertirse en toda una cultura. Cuando es solo un instrumento es práctico y puede ayudar a vivir mejor: para gente mayor y necesitada, servicios, transportistas, trabajadores y evidentemente cualquier transporte público. Pero su uso se ha extendido hasta la ridiculez, con SUV de varias toneladas para desplazar una sola persona dentro de la ciudad, y se ha ido transformando en un símbolo del individualismo, el progreso económico y hasta de poder social, alimentado por la publicidad. Cierto, el automóvil tiene detrás una fabulosa industria que solo en España crea y mantiene centenares de miles de puestos de trabajo directos e indirectos y supone alrededor del 10% del PIB. Con esta coartada real, se encuentra siempre la manera de protegerlo y justificarlo. Ante la creciente presión mediática y la progresiva conciencia medioambiental, la industria del coche ha encontrado su nuevo discurso, sintetizado muy bien por Salvador Alemany (Abertis): "El enemigo es la contaminación, no el coche". Es decir, se trata de ganar tiempo mientras el coche tradicional, de motores no eléctricos, representa todavía casi 7 de cada 10 que se venden. Lo que se pretende es dar una imagen edulcorada del coche y obviar su lado siniestro, del que raramente se habla: se calcula que en el mundo mueren cada día la friolera de 3700 personas por accidentes de tráfico (1.350.000 al año), más sus correspondientes heridos con terribles secuelas de por vida.
Movilidad sostenible Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
Contra la cultura del coche
Hasta que no nos quitemos de encima la 'cochedependencia' fracasaran todas las cumbres de Glasgow y todos nuestros intentos de construir un mundo mejor
Un padre agarra a sus hijos para cruzar la calle de Aragó /
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