Algunos de ustedes habrán leído el soberbio reportaje que el periodista José Miguel L. Romero, de 'Diario de Ibiza', periódico de Prensa Ibérica, del mismo grupo editorial que este diario, que también lo difundió, publicó días atrás acerca del proceso de eutanasia llevado a cabo por una ciudadana alemana con residencia en la isla. Doerte Lebender, de 59 años, padecía esclerosis múltiple y vivía amarrada a una silla de ruedas y a la cama articulada donde por las noches, las pocas que conseguía conciliar el sueño profundo, la fase inconsciente le llevaba a disfrutar de un deporte, el tenis, que jamás practicó. Inmóvil en las horas de vigilia, apretar los mandos del televisor le costaba un mundo, se veía incapaz de sostener un libro y empleaba una hora en activar, a veces ni siquiera lo conseguía, el dispositivo de aviso que le conectaba con Cruz Roja en caso de emergencia. Víctima de caídas, golpes y de una rutina que le impedía valerse por sí misma, la Policía Nacional llegó a acudir un día hasta en diez ocasiones a las llamadas de socorro de Doerte, hasta que su mejor amigo, el hombre que la acompañó hasta el final, decidió hacerse cargo de su atención.
Libertad personal Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
El derecho a marcharse
La muerte por eutanasia de una mujer alemana que residía en Eivissa evidencia lo oportuno de regular este derecho. Hay formas de vida que resultan mucho más trágicas que el propio acto de morir
Doerte Lebender.
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