Estaba tan acostumbrado a mirarse el ombligo, que al levantar la vista no enfocaba más allá de metro y medio. Era como si el mecanismo que hace ‘zoom’ en la retina se hubiera quedado atascado en lo cercano. Así resultaba tan corto de miras como de espíritu. Corto también de entendederas. Lo malo es que este tipo de disfunción no era algo que le hubiera sido dado genéticamente. No era uno de esos lamentables defectos de nacimiento para los que, a veces, resulta difícil y hasta imposible encontrar remedio, sino que había sido él mismo el que, con el tiempo, a base de no querer (no querer saber, no querer ver, no querer mirar más allá de sus narices), había facilitado el proceso hasta cronificarlo. Diagnóstico: miopía (egoísmo) perseverante. Incapacitado para poner las luces largas, no contemplaba otro horizonte que no fuera el de su propia conveniencia. El foco era él y sus intereses. Su campo óptico, “yo-mí-me-conmigo”. Su nombre, una pintada sobre el fondo de ojo.
Luces cortas Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
La vida al minuto
El futuro está ahí. Por mucho que algunos se empeñen en no ver más allá de los cuatro años de su mandato o que otros se empeñen en bloquearlo todo
Un reloj de arena.
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