Una relación única Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos

Cuidar con amor

Nunca dejemos de dar cariño a nuestros mayores ni los veamos como un estorbo

Manos de una mujer anciana y una joven, los dos perfiles que más sufren la soledad en Barcelona. / Archivo

El día del velatorio de mi abuela materna no sentí tristeza. Era ley de vida. Además fue como ella quiso, en su casa, en su pueblo. Que para algo ella había pagado religiosamente cada mes los recibos del Ocaso. Lo que ella llamaba “los muertos”. Sentí que en vida la había atendido y amado. La admiraba. Huérfana desde niña. Viuda a los 25 de un hombre muerto en un campo nazi y con dos niños a su cargo. Apretando los dientes superó las represalias y tiró hacia adelante y años después se casó con mi abuelo quien había vuelto del infierno de Argelès. A los 60 otra vez viuda. Y un año después nací yo y ella me cuidó y con el tiempo entablamos una relación única. Compartimos cuarto en esos pisos de extrarradio que hoy son solo ideales para parejas. Me daba igual si roncaba o no. Igual que a ella no le importaba que yo llegara de juerga de madrugada la despertara y me fumara un cigarro. Cuando estábamos en el pueblo, en su casa, disfrutábamos a tope. Solas. Ella comiendo todo lo que le prohibía mi madre porque tenía el estómago delicado y yo como una reina, sin que nadie me mandara nada, que era la afición preferida de mi progenitora. Los años cambiaron las tornas y yo pasé a estar al quite. En los viajes estaba pendiente de ella cuando bajaba las empinadas escaleras del autocar. Pasé de ser cuidada a cuidadora y lo hice feliz por tener a mi lado a ese ser con luz que a pesar de todo por lo que había pasado siempre supo perdonar e inculcar amor a sus 5 hijos y 15 nietos, todos orgullosos de ella

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