Uno. A veces recuerdo, sin nostalgia, la primera vez que alquilamos un piso de estudiantes en Barcelona. Era el verano de 1986 y el ritual consistía en comprar el periódico del domingo y marcar todos los pisos que tenían “muchas posibilidades”. Como éramos cinco y veníamos de comarcas, nos fijábamos en los precios módicos, los barrios cercanos a la universidad o al metro. Al día siguiente llamábamos a todos esos números, de particulares o de agencias disfrazadas, e iniciábamos la carrera del salmón, río arriba, contra corriente, tratando de anticiparnos a decenas de otras personas que querían lo mismo. Hacíamos cola frente a un edificio y, si no eras el primero, a menudo te quitaban el alquiler ante las narices con una paga y señal. La picaresca, entonces, todavía tenía un poso franquista, de corrupción pequeña, como ese tufo de coliflor hervida que apestaba en todos los patios de luces de la ciudad –o al menos en los de la Barcelona que nosotros nos podíamos permitir–.
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Tres apuntes inmobiliarios
Tal y como están las cosas, la mayoría de la gente solo puede optar a una casa mala en una calle buena o a una casa buena en un barrio malo
Lionel Messi presser in Paris /
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