Cuando Carles Puigdemont decidió aposentarse en Waterloo, en la orilla del oscuro bosque que ocupa el sur de Bruselas, no imaginaba que el lugar pudiera llegar a ser tan inhóspito. Eran otros tiempos, con decenas de autobuses de seguidores que hacían los más de 1.300 kilómetros que hay de Barcelona a la capital belga todos los fines de semana, y con políticos de todo el espectro independentista agolpándose ante su casa. Todos querían ver al hombre que había huido para internacionalizar la causa independentista. En puertas del invierno, que en Bélgica suele ser inclemente, la casa de Waterloo es ahora una metáfora de la soledad política que padece el expresidente. Rodeado de sus fieles, Puigdemont recibe cada vez a menos gente, menos llamadas, e incluso menos información. Soledad en Bruselas y en Catalunya, donde TV3 ya no le llama Molt Honorable, y algunas veces ni siquiera ‘president’, provocando la indignación de sus seguidores más aguerridos.
Independentismo Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
La soledad de Carles Puigdemont
Nadie ha hecho tanto por consolidar a Pere Aragonès en la presidencia de la Generalitat como Puigdemont, con su empecinamiento en torpedear la apuesta por el diálogo de los republicanos
Carles Puigdemont, en Waterloo (Bélgica). /
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