El desliz Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos

El opio espiritual

China ha prohibido que los menores usen los videojuegos más de tres horas a la semana porque considera un problema social la adicción que generan, y responsabiliza a las empresas de cumplir esta norma

Un adolescente juega a Fortnite en el cuarto de su casa. / David Castro

La semana pasada, la policía nacional tuvo que socorrer a un padre que estaba siendo agredido por su hijo de 18 años en el barrio palmesano de Bons Aires. El chaval se disponía a salir para ir a casa de un amigo a las once de la noche para jugar a videojuegos y su progenitor le dijo que ni hablar a esas horas. Ahí empezó la lluvia de patadas y golpes que acabó con la intervención policial, la detención y una denuncia de malos tratos en el ámbito familiar para un chico que, según sus allegados, está completamente enganchado a los videojuegos, hasta el punto de volverse agresivo si se le impide acceder a las máquinas. En plan ejemplificador se lo conté a mi hija, que a su tierna edad no concibe una maldad superior que la de pegar a un padre, pero al mismo tiempo empieza a alcanzar niveles preocupantes de melodrama cuando se le requisa la pantalla. Me recrimina que yo también me leo los periódicos en el teléfono, y que me comunico continuamente por wasap, «incluso con tus dos móviles a la vez». Me acusa de convertirla en una paria porque sus amiguitos tienen este juego, o este otro, y ella no. Me dice que va a mirar en la aplicación el tiempo que hace y me la encuentro echando «una partida, la última te lo juro, mami». Después de buscar recomendaciones en foros de internet, he acabado por instaurar un horario semanal de uso para lograr una paz duradera en nuestro hogar y lo he colgado en la cocina. Sin saberlo me he convertido en una versión doméstica de una gran y pujante dictadura.