La última vez que volé a Barcelona, septiembre del año pasado, le sobraba aeropuerto por todas partes. Es verdad que la ampliación ahora en el aire huele a recuperación de la actividad, pero también a flagrante olvido de que se puede regresar al vacío de 2020, un hueco que gana en enormidad conforme crece el tamaño de las instalaciones aeroportuarias. Hasta los ecologistas ocasionales reconocen ya que volar es una actividad tóxica para el planeta. Pese a ello, se destinaban 1.700 millones a la contaminación adicional de El Prat. Es curioso que, al discutir la oferta finalmente cancelada, no se reorienten los 1.700 millones a descontaminar. Esa inversión en sanear el entorno se consideraría grotesca, pese a predicar que la salida del coronavirus reposa en una apuesta medioambiental. Se desarma así la patraña de lo sostenible, que consiste en ahondar el camino hacia la catástrofe cargando la factura a los ciudadanos.
Anuncios fallidos Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
El 'aeromuerto' de Barcelona
Hasta los ecologistas ocasionales reconocen ya que volar es una actividad tóxica para el planeta
Vista de una pista de El Prat, con el humedal de La Ricarda en primer plano. /
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