Desasosiego Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos

Memoria del 11-S

Ante las imágenes que los televisores han vertido repetidamente estos días, los recuerdos se desencadenan en cascada

Imagen del segundo avión que se estrelló contra las Torres Gemelas el 11 de septiembre del 2001. / SETH MCALLISTER (AFP)

Empiezo a tener relaciones peligrosas con la memoria. Juega conmigo a su antojo. Se atasca, a veces, en el momento más inoportuno y fluye suelta, en cambio, cuando menos me lo espero. Le basta, en ocasiones, un mínimo estímulo –un olor, un color, una fecha, una palabra– para que brote descontrolada hasta dejarme empapado en recuerdos. Hay otras, en cambio, en las que se cierra en banda y, terca como una mula, no atiende a súplicas ni razones. Ella es la responsable de mi cara de imbécil cuando no consigo recordar el nombre de la persona que me abraza de manera efusiva y que, familiar, se permite, incluso, darme unos cachetitos en la mejilla. «¿Cómo se llama, por Dios? Anda, memoria, no seas cabrona y dime quién es, cómo es, a qué dedica el tiempo libre. Chívame su nombre. Acércamelo, por lo menos, a la punta de la lengua, que ya me encargaré yo de soltarlo en su momento. Por favor. Dame una pista, siquiera». Nada. Y lo mismo con el título del libro que han recomendado en la radio esta mañana o la calle del restaurante donde cené anoche después de la función. Desesperante. Es luego, a la mañana siguiente, cuando ya maldita la falta que hace, que el nombre del amigo se me aparece escrito en la frente y no puedo evitar gritarlo en voz alta, «¡Arturo! ¡Arturo Calatrava, de la Laboral de Tarragona!», ante el asombro de quienes, como yo, esperan en la cola del super. La memoria, una vez más, jugando conmigo hasta el ridículo.