“Una buena reseña”, decía el escritor John Updike, “es chismorreo de un nivel más elevado”. Él las escribió a cientos, a menudo polémicas, y hablaba por experiencia: las reseñas deben tener un componente intelectual elevado, sí, pero como formamos parte de un medio cultural, con relaciones personales, contienen también un fondo de chisme. Quién ha dicho qué, por qué y con qué intenciones, etcétera. Siguiendo esta línea, hay otra forma de chisme, puede que incluso más elevada por lo que tiene de privado: las correspondencias de los editores. Es la sensación que he tenido este verano, mientras leía Los papeles de Herralde -una correspondencia, o falsas memorias, o biografía interpuesta, que es también una historia de la editorial Anagrama desde 1968 a 2000–.
Cartas Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
El editor en las trincheras
En la correspondencia de Jorge Herralde hay chismorreo, sí, y algunas maldades, pero al final gana la cultura
Jorge Herralde en el Saló de Cent del Ayuntamiento, donde recogió el premio Atlàntida.
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