Antes de autorizar contactos con los servicios secretos rusos, Carles Puigdemont debería haber tenido en cuenta la experiencia de los antecesores suyos que intentaron buscar en Moscú el apoyo que les negaba Paris o Londres. El nacionalismo catalán siempre ha tenido esta tentación. Siempre ha actuado con la máxima de que no son los nuestros, pero son los únicos que nos pueden ayudar. Con escasa fortuna, por cierto, salvo en el caso de Lluís Companys, que cultivó la amistad con el cónsul de la URSS en Barcelona, Vladimir Antonov-Ovseienko, para asegurar que los barcos soviéticos trajeran comida para la retaguardia y armas para el frente. No le fue mal hasta que el cónsul fue llamado a Moscú para ser fusilado y José Stalin dio por perdida la guerra civil española.
Apunte Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
La carta rusa
El nacionalismo catalán siempre ha tenido la tentación de buscar en Moscú el apoyo que les negaba París o Londres. No son los nuestros, pero son los únicos que nos pueden ayudar
Carles Puigdemont, en una imagen de archivo. /
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