Mi primer recuerdo de la palabra “política” consiste en una discusión absolutamente demencial entre los dos bandos de la guerra civil española, con arcabuz verbal, representados por mi familia en casa de mi yaya. No sé cuándo exactamente, porque eran constantes. En unas trincheras mis tíos católicos y de derechas, y en las otras mi madre y mi tía, rojas y ateas, con mi padre metiendo cizaña a diestro y siniestro, mi yayo viendo la tele bajo los alaridos y mi yaya suspirando que haya paz entre sus hijos. En un momento dado los gritos iban bajando de intensidad, alguien cambiaba de tema y todo volvía a la tregua y la alegría. Ni una sola de las barbaridades que se habían dedicado -se acusaban de ser cómplices de los asesinos de Lorca, de querer quemar vivas a las monjas dentro de sus conventos, etc- pesaba en los ánimos.
Educación política Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
Volver a los perros sin raza
En mi familia, hablar de política ha consistido siempre en un deporte. Polemizar y atacar, acusarse de cosas que todos saben que no son ciertas y, tras la trifulca, que no fuera necesario escenificar una reconciliación
Sesión de control en el Congreso de los Diputados. /
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